Lo primero es adecuar la velocidad. La táctica para reducir la velocidad de un coche en condiciones de poca tracción es recurrir al freno motor para olvidarnos de tratar al freno con todo el cuidado posible. Por lo general, si metes una marcha inferior (y no estás pisando el acelerador) el vehículo tenderá a frenar porque la presión que lleva a cabo la caja de cambios es mayor que la velocidad.
Igual que ocurre cuando perdemos tracción, sobre la nieve lo mejor es mantener la calma. O lo que es lo mismo: reducir la velocidad. En España, dependiendo de los colores de la nieve, hay que respetar unos límites u otros: cuando no tengamos indicación alguna, hay que adecuar el ritmo al estado de la carretera y a nuestra pericia para manejar la situación con seguridad.
Esta fórmula es perfecta para descensos porque no causa estrés alguno a la mecánica del vehículo y es poco probable que se bloqueen las ruedas. ¿Y si no puedes reducir? Deberás tener presente que el par de las ruedas motrices puede aumentar jugando en contra de la tracción… así que tendrás que poner en práctica la siguiente recomendación.
Suavidad al volante y con los pedales: los movimientos lentos y cuidadosos con el volante pueden ayudarnos a mantener la tracción, algo imprescindible cuando se conduce sobre nieve. Ser bruscos causará el efecto contrario: una pérdida de adherencia, que se puede transformar en un sobreviraje o en un subviraje… como se ve en estos vídeos. Lo mismo sucede con el acelerador y el freno: nuestra pisada debe ser suave, lenta y progresiva para evitar que nuestro coche pierda agarre.
Cuidado con la distancia de seguridad, ese par de segundos serán insuficientes ante situaciones especiales como una carretera nevada, donde hay que ampliarla a tres o más segundos. Y, en caso de duda, siempre es mejor dejar espacio de más respecto al vehículo que circula delante.